lunes, 6 de febrero de 2012

HALLAZGO ARQUEOLÓGICO EN VILADECANS

Noticia publicada en EL PERIODICO (6-2-2012)

Viladecans acaba de sumar una nueva pieza a su sin discusión ecléctico patrimonio arqueológico. Las obras de restauración de la ermita románica de Santa Maria de Sales, presa entre el cementerio de la ciudad, una fea estación eléctrica y la carretera de acceso a Sant Boi (vamos, la antítesis del bucolismo), han permitido descubrir unas interesantes pinturas góticas ocultas bajo unas pinturas renacentistas que, a su vez, estaban antes ocultas bajo otras pinturas de finales del siglo XVII.


En 1965, una excavadora que trabajaba en la extracción de áridos dio con dos cascos etruscos, tan raros y excepcionales como para que un traficante de piezas de la antigüedad se arriesgara a ir a la cárcel, como así sucedió. En el 2008, otras obras abrieron una ventana al cuaternario. De repente se asomó a la superficie una extraordinaria colección de restos de mamut. Las pinturas góticas, al lado de los cascos guerreros y de los colmillos de aquellos gigantes mamíferos lanudos, no parecen en principio la repanocha, pero, primero, son únicas en la comarca y, segundo, están en una ermita con un pasado cristiano bastante atípico, poco ortodoxo y lamentablemente desconocido.



La estructura original de la ermita fue levantada en el siglo XI sobre los restos de una antigua villa romana precristiana. Aquella finca original del imperio de la península itálica nació para el cultivo de trigo, pero pronto dejó esa actividad a favor de la producción de vino. De hecho, bajo los nichos funerarios y los cipreses situados tras el ábside de la ermita quedan restos ocultos de los depósitos en que se almacenaba el vino. Menudo argumento para una segunda entrega de Poltergeist, con espíritus piripis y todo eso.

El pasado de Santa Maria de Sales, no obstante, requiere seriedad, pues en 1275 se formó allí una comunidad de deodatas, etimológicamente mujeres entregadas a Dios. Allí, en un recinto religioso, residían como si fueran monjas tres o cuatro mujeres pero, atención, sin ser monjas. No usaban hábitos, procedían habitualmente de familias nobles e, inicialmente, gozaban de plena autonomía para gestionar las tierras y la producción vinculada a la ermita. Guillema y Gueraua de Queralt fueron algunas de las responsables de esa extraña forma de convivencia que no queda claro si surgió como un modo de acercarse a Dios o como un método para alejarse del hombre. La convulsa vida política y militar de la época permitieron que pasaran parcialmente desapercibidas, pero no para un obispo, Ponç de Gualba, que les puso la proa y batalló por restarles privilegios. Tuvieron primero que aceptar como norma la castidad y la obediencia para no ser expulsadas, pero, tras unas oscuras acusaciones de brujería, esa suerte de experiencia entre el feminismo medieval y la vida de amazona sin lanzas ni escudos terminó por desaparecer en 1333 o 1334.

Manuel Luengo, responsable del área de Patrimonio del Ayuntamiento de Viladecans, no solo relata con indisimulada fascinación las peripecias de las deodatas, sino que, como afortunado que ha sido a la hora de poder analizar las pinturas recién descubiertas, se aventura además a situar su realización en aquellos años de tan heterodoxa derivada del cristianismo laico.

«Las pinturas parecen contemporáneas a las descubiertas en 1961 en el Palau Aguilar de Barcelona», afirma. Se trata de un conjunto, el de Barcelona, que relata la conquista de Mallorca en una cruzada comandada por Jaume I. Aquel episodio bélico aconteció en 1229, pero las pinturas góticas, claro, no eran exactamente los periódicos de la época, así que aquella exitosa expedición no fue retratada en el Palau Aguilar hasta el año 1285, como mínimo.



Pues bien, la moda que lucen algunos de los personajes representados en la ermita de Santa Maria de Sales es demasiado similar a la del Palau Aguilar como para que ambas no sean contemporáneas, concluye Luengo.

Conviene, llegados a este punto, no crear falsas expectativas a los curiosos. La ermita de Santa Maria de Sales, un topónimo local que data como mínimo del año 985, esta hoy, de entrada, rodeada por una cerca y en obras. Si pese a esa advertencia se insiste en ir, hay que situarse en la plazoleta situada frente al viejo edificio románico y echarle imaginación. En primer lugar, comprender que la línea de costa no estaba en tiempos del obispo Ponç de Gualba tan alejada como hoy. Realizado ese ejercicio de abstracción topográfica, hay que suponer que el pasado romano fue visible durante siglos tras la caída del imperio. Por ejemplo, más o menos allí donde hoy hay un McDonalds había un horno romano de pan, lo cual, por cierto, pone en cuestión que la flecha del tiempo corra en la misma dirección en todos los campos de la humanidad.

Desde la pequeña cumbre en la que reposa la ermita podían divisarse, además, algunos escasos restos íberos y una masía de Sales que jamás ha sido localizada.

El edificio de la ermita, por su parte, ha sufrido diversas modificaciones a lo largo de la historia. La puerta principal no estaba en su ubicación actual. El ábside es del siglo XVI. El porche, pese a la inspiración de chiringuito de playa con el que parece haber sido construido, es del siglo XVII. En resumen, que la suerte no siempre ha acompañado a la ermita de Santa Maria de Sales. La última vez que la fortuna no le sonrió fue durante la guerra civil.

El recinto fue asaltado, pero como no había deodatas que mancillar, los quemaconventos tuvieron que conformarse con prenderle fuego a la talla medieval de Santa Maria de Sales. Seguro que ardió con facilidad. Era de madera. Por suerte, se salvaron las pinturas góticas que hoy, fruto del empeño del Ayuntamiento de Viladecans y el respaldo económico de la Diputación de Barcelona sobrevivirán para goce de los visitantes.